viernes, 5 de mayo de 2023

MENDEL, EL DE LOS LIBROS.

 

MENDEL, EL DE LOS LIBROS (1929)

(O EL RIESGO POLÍTICO DE QUEDARSE ATRAPADO ENTRE LAS HOJAS DE LOS LIBROS)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra


 

En esta novela breve Stefan Zweig plantea, a través de un librero de viejo,  la importancia de los libros; pero también   los riesgos de quedarse atrapado entre sus folios y no levantar la vista para explorar lo que sucede cerca de sus narices.

Jacob Mendel es un buquinista ruso que tiene su negoció en un café de Viena. Su mundo son los libros, pero ignora todo lo que sucede a su alrededor.  Lo de Mendel es el pasado, no el presente. Mendel simboliza al hombre cuya vida transcurre entre lecturas. Los libros son más importantes que la realidad circundante. Hay intelectuales que consideran una pérdida de tiempo inmiscuirse en la cotidianidad de su entorno, apartan la política porque puede interferir en su labor de entrega total a la meditación ascética que proporcionan el pasar las páginas con un dedo. Pero Mendel pagó su obsesión muy caro: fue llevado a un campo de concentración durante la Primera Guerra Mundial.

Este libro nos hace sentir admiración por el héroe principal que se dedica con pasión al mundo de los libros, pero también nos hace reflexionar sobre el peligro que constituye la evasión de los problemas de la “polis” como lo entendían los griegos.

Mendel es un talentoso idiota, y valga este oxímoron : La palabra idiota (idiotes en griego)  se usaba para referirse al que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino de sus intereses privados.

Quienes apresan a Mendel son gendarmes ignorantes que sólo cumplen órdenes de políticos desalmados . Pero ¿tiene algo de culpa el propio Mendel del entramado de su propia tragedia? “El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres”, escribió Platón.

Mendel es un intelectual distraído, cuyas malas copias pudieron ver nuestros antepasados en los pueblos del interior . Mi padre me contaba que, en su ciudad natal, Santa María de Ipire, vivió un bachiller ( este título, que lograban muy pocos, era el máximo pendón académico en la Venezuela rural sin escuelas) que cuando no estaba entre libros los cargaba debajo de las axilas y en sus manos. Trabajaba de secretario de la prefectura. Estaba siempre pensativo y muy despistado con respecto a su entorno, o se hacía el despistado para agregar mayores quilates a su aura de intelectual consumado y profundo, hasta el punto de que cada vez que debía firmar un documento, alzaba la vista hacia los presentes y preguntaba: ¿Cómo es que me llamo yo?

Mario Vargas Llosa es el paradigma del intelectual dedicado a su labor literaria sin olvidar que la vida es más rica y dinámica que los libros, por eso también escribe y habla sobre política.

 

1

Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano. En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa.

2

De cualquier obra que hubiera aparecido lo mismo hacía dos días que doscientos años antes conocía de un golpe el lugar de publicación, el editor, el precio, nuevo o de anticuario.

3

Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado. Pero tampoco leía aquellos libros para entenderlos, en su contenido espiritual o narrativo. Tan sólo su título, su precio, su aspecto, la página de créditos atraían su atención. Aquella memoria específica de anticuario de Jakob Mendel, en último término improductiva y no creativa, mero inventario de cientos de miles de títulos y nombres grabados en la blanda corteza cerebral de un mamífero.

4

Un jovenzuelo encorvado de corta estatura, había venido del Este a Viena a estudiar para rabino, pero pronto había abandonado al riguroso Dios único, Jehovah, para entregarse al politeísmo brillante y multiforme de los libros.

5

Gracias a él me había acercado por primera vez al enorme misterio de que todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura.

6

¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?

7

El cerebro:

Y lo que es aún peor, en el fantástico edificio de su memoria debía de haberse derrumbado algún pilar, y toda la estructura se había venido abajo, pues nuestro cerebro, ese mecanismo de conexión

creado con la más sutil de las sustancias, ese fino instrumento de precisión mecánica acorde con nuestro saber, es tan delicado que una venilla obstruida, un nervio afectado, una célula cansada, una molécula un poco desplazada bastan para hacer enmudecer la armonía más extraordinariamente completa, la armonía esférica de una mente.

8

Mendel leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y como los borrachos, aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía con un ensimismamiento impresionante.

9

Los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.