lunes, 27 de febrero de 2023

[11] LA FIESTA DEL CHIVO

 

LA FIESTA DEL CHIVO  (2000)

Edgardo Rafael Malaspina Guerra


I

En esta novela Mario Vargas Llosa narra los últimos días del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961) de la República, el más sanguinario de los tiranos de Occidente , sólo comparable con Stalin.  Stalin le cambió el nombre de la ciudad de Volgogrado por “Stalingrado”, así mismo Trujillo le puso Ciudad Trujillo a Santo Domingo. Sus tropelías que incluían persecuciones, cárceles , torturas y hasta asesinatos a opositores alcanzaron los más altos inhumanos niveles que los Estados Unidos le retiraron su apoyo. El intento de magnicidio contra Rómulo Betancourt involucró a Venezuela en la política de República Dominicana durante el trujillato (1930-1961).  

II

Quienes cometieron el tiranicidio el 30 de mayo de 1961 fueron llamados por los familiares de Trujillo “asesinos”. Sin embargo, las cosas cambiaron al poco tiempo : “Las radios, diarios y la televisión dejaron desde ese día de llamarlos asesinos; de ajusticiadores, su nuevo apelativo, pasarían pronto a ser llamados héroes y, no mucho después, calles, plazas y avenidas de todo el país empezarían a ser rebautizadas con sus nombres”.

III

Uno de los ajusticiadores tiene dudas religiosas porque puede violar el Quinto Mandamiento y por eso se aconseja con el nuncio quien le muestra un texto de Santo Tomás de Aquino(1225-1274):La eliminación física de la Bestia es bien vista por Dios si con ella se libera a un pueblo”. Se refiere al libro del santo “Del gobierno de los príncipes”, donde sugiere el polémico tiranicidio. Luego de la desaparición de Trujillo fueron recordados los versos del poeta dominicano Arturo Pellerano Castro (1865-1905) por su evidente inspiración tomista:  “Bendito los que matan/si es un monstruo de sangre el que se hunde/y un pueblo el que se salva”.

IV

El urólogo Enrique Washington Lithgow Ceara (1911-1949) fue el primero en examinar a Trujillo por sus problemas prostáticos. Al tirano no le gustó el diagnóstico y lo mandó a amatar. Stalin envió a la cárcel al doctor Vladimir Vinogradov (su hijo con el mismo nombre fue mi profesor de Cirugía) porque le recomendó apartarse un poco del trabajo por el estrés que padecía, y luego se desató el famoso caso del “Complot de las batas blancas” cuando varios médicos fueron encarcelados y torturados.

V

Por último, hay una escena macabra en la cárcel cuando uno de los héroes- tiranicidas, Miguel Angel Báez, come carne de una olla desesperadamente porque tenía mucha hambre: se estaba comiendo a su propio hijo . El general Ramfis Trujillo, hijo del tirano, en cruel venganza asesinó al hijo de Báez y cocinó sus carnes. Esto me recuerda una tragedia de Shakespeare, Tito Andrónico (1593), donde el personaje que da el título a la obra mata a los hijos de una reina enemiga (Tamora)   los cocina y sirve en la cena a la madre.

PÁRRAFOS

 

 

 

 

 

 

1

SANTO TOMÁS DE AQUINO Y EL TIRANICIDIO

El nuncio lo hizo pasar a su despacho, le invitó refrescos, lo alentó a volcar lo que llevaba dentro con afables comentarios dichos en un español de música italiana que a Salvador le hacía el efecto de una melodía angélica. Lo escuchó decir que no podía soportar más lo que ocurría, que lo que el régimen estaba haciendo con la Iglesia, con los obispos, lo tenía enloquecido. Luego de una larga pausa, cogió la mano anillada del nuncio:

Cuando Salvador, uno de los que ajustició a Trujillo, duda sobre su acción se aconsejó con un magistrado de la Iglesia:

--Voy a matar a Trujillo, monseñor. ¿Habrá perdón para mi alma?

Se le cortó la voz. Permanecía con los ojos bajos, respirando con ansiedad. Sintió en su espalda la mano paternal de monseñor Zanini. Cuando, por fin, levantó los ojos, el nuncio tenía un libro de santo Tomás de Aquino en las manos. Su cara fresca le sonreía con aire pícaro. Uno de sus dedos señalaba un pasaje, en la página abierta. Salvador se inclinó y leyó: “La eliminación física de la Bestia es bien vista por Dios si con ella se libera a un pueblo”.

2

TRUJILLO Y LA LITRATURA

Yo no tengo tiempo para leer las pendejadas que escriben los intelectuales. Las poesías, las no~ velas. Las cuestiones de Estado son demasiado absorbentes. De Marrero Aristy, pese a trabajar tantos años conmigo, nunca leí nada. Ni Over, ni los artículos que escribió sobre mí, ni la Historia dominicana. Tampoco he leído las centenas de libros que me han dedicado los poetas, los dramaturgos, los novelistas. Ni siquiera las boberías de mi mujer las he leído. Yo no tengo tiempo para eso, ni para ver películas, oír música, ir al ballet o a las galleras. Además, nunca me he fiado de los artistas. Son deshuesados, sin sentido del honor, propensos a la traición y muy serviles.

Mi opinión sobre intelectuales y literatos siempre ha sido mala -volvió a decir-. En el escalafón, por orden de méritos, en primer lugar, los militares. Cumplen, intrigan poco, no quitan tiempo. Después, los campesinos. En los bateyes y bohíos, en los centrales, está la gente sana, trabajadora y con honor de este país. Después, funcionarios, empresarios, comerciantes. Literatos e intelectuales, los últimos. Después de los curas, incluso. Usted es una excepción, doctor Balaguer. ¡Pero, los otros! Una recua de canallas.

3

SOBRE LA RELIGIÓN

-¿Cree usted en Dios? -le preguntó Trujillo, con cierta ansiedad: lo taladraba con sus ojos fríos, exigiéndole una respuesta franca-. ¿Qué hay otra vida, después de la muerte? ¿El cielo para los buenos y el infierno para los malos? ¿Cree en eso? Le pareció que la figurita de Joaquín Balaguer se subsumía aún más, apabullada por aquellas preguntas. Y que, detrás de él, la fotografía suya -de etiqueta y tricornio con plumas, la banda presidencial terciada sobre el pecho junto a la condecoración que más lo enorgullecía, la gran cruz española de Carlos III- se agigantaba en su marco dorado. Las manecitas del Presidente fantoche se acariciaron la una a la otra mientras decía, como quien transmite un secreto:

--A veces dudo, Excelencia. Pero, hace años ya, llegué a esta conclusión: no hay alternativa. Es preciso creer. No es posible ser ateo. No en Un mundo como el nuestro. No, si se tiene vocación de servicio público y se hace política.

4

RELACIÓN CON LOS MÉDICOS

El Benefactor advertía, por la expresión de Balaguer, que éste se preguntaba de qué o de quién estaba hablándole. No le dijo que tenía en la memoria la cara del doctorcito Enrique Lithgow Ceara. Fue el primer urólogo que consultó -recomendado por Cerebrito Cabral como una eminencia-, cuando se dio cuenta que le costaba trabajo orinar. A comienzos de los años cincuenta, el doctor Marión, luego de operarlo de una afección periuretral, le aseguró que nunca más tendría molestias. Pero, pronto recomenzaron esas incomodidades con la orina. Después de muchos análisis y de un desagradable tacto rectal, el doctor Lithgow Ceara, poniendo una cara de puta o de sacristán untuoso, y vomitando palabrejas incomprensibles para desmoralizarlo (“esclerosis uretral perineal”, “uretrografías”, “prostatitis acinosa”) formuló aquel diagnóstico que le costaría caro:

-Debe encomendarse a Dios, Excelencia. La afección en la próstata es cancerosa.

Su sexto sentido le hizo saber que exageraba o mentía. Se convenció de ello cuando el urólogo exigió una operación inmediata. Demasiados riesgos si no se extirpaba la próstata, podía producirse metástasis, el bisturí y un tratamiento químico le prolongarían la vida algunos años. Exageraba y mentía, porque era un médico chambón o un enemigo. Que pretendía adelantar la muerte del Padre de la Patria Nueva, lo supo a cabalidad cuando trajo desde Barcelona a una eminencia. El doctor Antonio Puigvert negó que tuviera cáncer; el crecimiento de esa maldita glándula, debido a la edad, se podía aliviar con drogas y no amenazaba la vida del Generalísimo. La prostatectomía era innecesaria. Trujillo dio esa misma mañana la orden y el ayudante militar teniente José Oliva se encargó de que el insolente Lithgow Ceara desapareciera por el muelle de Santo Domingo con su ponzoña y su mala ciencia.

5

ESCENA QUE RECUERDA A “TITO ANDRÓNICO” DE SHAKESPPEARE:

A las dos o tres semanas, en vez del apestoso plato de harina de maíz habitual, les trajeron al calabozo una olla con trozos de carne. Miguel Angel Báez y Modesto se atragantaron, comiendo con las manos hasta hartarse. El carcelero volvió a entrar, poco después. Encaró a Báez Díaz: el general Ramfis Trujillo quería saber si no le daba asco comerse a su propio hijo. Desde el suelo, Miguel Angel lo insultó: «Dile de mi parte a ese inmundo hijo de puta, que se trague la lengua y se envenene». El carcelero se echó a reír. Se fue y volvió, mostrándoles desde la puerta, una cabeza juvenil que tenía asida por los pelos. Miguel Angel Báez Díaz murió horas después, en brazos de Modesto, de un ataque al corazón.

La imagen de Miguel Angel, reconociendo la cabeza de Miguelito, su hijo mayor, obsesionó a Salvador; tenía pesadillas en las que veía, decapitados, a Luisito y Carmen Elly. Los alaridos que profería dormido enojaban a sus compañeros.

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